EL BLOG DE ALEJANDRO FERNÁNDEZ
Este año no he tenido un verano. He tenido un imprevisible verano. Sí, imprevisible sería el término adecuado. 2 meses y medio donde no solo he descubierto a personas geniales sino que, por fin, me he dado cuenta de varias cosas: el periodismo no es como lo imaginaba ni por asomo y está peor aún de lo que me podría creer. Mal no en lo económico, que también. Mal en rutinas, peor en malas costumbres y horrible en dejarse llevar por una cuenta de resultados antes que por la información.
Sí, un verano imprevisible pero lleno de ruedas de prensa que, para sorpresa mía, lo destacado no han sido los políticos – que bastante tienen con lo suyo – sino los propios periodistas. Ir a una rueda de prensa de una alcaldesa, por poner un ejemplo, y que no haya preguntas no es culpa del equipo de la alcaldesa, es culpa del periodista que ni hace el amago de preguntar. Y es que perder la costumbre de preguntar no es malo para la profesión, es lo peor que podría haber pasado. Sentarse al final de una rueda de prensa para observar cómo pasa la media hora (que suele durar el spitch del político de turno) mirando a tus compañeros con aires de superioridad no es ser buen periodista. Publicar después una publicación rutinaria con la información que te ha proporcionado a escondidas el grupo municipal de turno tampoco lo es. La información sigue siéndolo pase el tiempo que pase pero la veracidad del que te la cuenta va perdiendo valor. Quizás de manera involuntaria, que puede ser. Pero objetivamente esto es así. Las manías y los vicios en esta profesión (como suele ocurrir en la mayoría) son mayoritarios pero siempre hay gente que se salva y se encargan de meterte la inyección de dignificación del periodismo que tienes o debes tener, para seguir adelante y poder así luchar por tu sueño, que no es otro que querer informar, querer contar. Agraciadamente, en este imprevisible verano, también he conocido gente así, periodistas de raza que se dejan la piel (y la voz) para que la verdad llegue a su destino, para que las historias se llenen de rostros. Pese a los vicios, a las malas formas e incluso a las manías de los periodistas hay motivos para seguir creyendo. Mientras aún perdure tan solo un periodista que siga teniendo la ilusión de contar merece la pena creer en esta profesión. Merece la pena seguir intentándolo, seguir luchando. Merece la pena seguir amando la información. Sigamos.
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Sobre mí:Comunicador apasionado del periodismo en todas sus ramas pero especialmente el periodismo ArchivosCategorías |