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ALEJANDRO FERNÁNDEZ
EL BLOG DE ALEJANDRO FERNÁNDEZ

Opinión y nada más.

Maestra de vida

2/8/2017

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ImagenEl patio interior de mi antiguo colegio
​Cuando llegamos por primera vez a la escuela lo primero que nos entró fue miedo. Miedo a un lugar desconocido, a salir de nuestra burbuja familiar y miedo también al resto de extraños que te rodeaban.  A casi todos se nos caía una lágrima al llegar a esa clase.

Con 3 añitos ya empiezas a enfrentarte a retos nuevos y ante todo a situaciones que tarde o temprano te van a ayudar a crecer como persona. Las primeras peleas con los compañeros, los primeros llantos por echar de menos a mamá e incluso las primeras regañinas de la “seño” son esas cosas que después terminan marcándote y de las que terminas aprendiendo.

Tener a una  maestra que te cuide y te guíe en estas edades tan tempranas es imprescindible para terminar creciendo. En mi caso tuve la suerte de tener a una auténtica maestra de vida que no solo me guiaba en el día a día sino que me enseñaba a superarme.

Se quedaba conmigo después de clase para que pudiese vocalizar la “r” como tenía que hacerlo,  me ayudaba con las tareas de matemáticas  e incluso se esperaba conmigo hasta que me comía esa empanadilla de atún que tan poco me gustaba.
Eran acciones pequeñas, gestos que han hecho que cada frase, cada palabra e incluso cada regañina que en aquella primera época recibía de ella, se convirtieran en una enseñanza.

 Eso ha podido ser por lo que hoy, 17 años después, me sigo acordando de ella, sigo teniéndole un cariño inmenso y sigo considerándole mi primera maestra de vida.
Y de lo que más feliz me siento es de aquel día en el que, tras verme triste en el patio del cole, me dijo este frase : “Alex, vas a tener que pasarlo muy mal en la vida pero recuerda siempre que la sonrisa no debes perderla nunca”.
​
17 años después de esa frase, ese espíritu de superación sigue en mí. Esa frase sigue marcando la diferencia en mi día a día y sigue haciendo que a las dificultades, a cada tropiezo, a cada mala cara siempre le siga una sonrisa.
 
Gracias.
​


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Vicios y verano

9/12/2016

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Imagen
Este año no he tenido un verano. He tenido un imprevisible verano. Sí, imprevisible sería el término adecuado. 2 meses y medio donde no solo he descubierto a personas geniales sino que, por fin, me he dado cuenta de varias cosas: el periodismo no es como lo imaginaba ni por asomo y está peor aún de lo que me podría creer. Mal no en lo económico, que también. Mal en rutinas, peor en malas costumbres y horrible en dejarse llevar por una cuenta de resultados antes que por la información.

 Sí, un verano imprevisible pero lleno de ruedas de prensa que, para sorpresa mía, lo destacado no han sido los políticos – que bastante tienen con lo suyo – sino los propios periodistas. Ir a una rueda de prensa de una alcaldesa, por poner un ejemplo, y que no haya preguntas no es culpa del equipo de la alcaldesa, es culpa del periodista que ni hace el amago de preguntar.

 Y es que perder la costumbre de preguntar no es malo para la profesión, es lo peor que podría haber pasado. Sentarse al final de una rueda de prensa para observar cómo pasa la media hora (que suele durar el spitch del político de turno) mirando a tus compañeros con aires de superioridad no es ser buen periodista. Publicar después una publicación rutinaria con la información que te ha proporcionado a escondidas el grupo municipal de turno tampoco lo es.

La información sigue siéndolo pase el tiempo que pase pero la veracidad del que te la cuenta va perdiendo valor. Quizás de manera involuntaria, que puede ser. Pero objetivamente esto es así.

Las manías y los vicios en esta profesión (como suele ocurrir en la mayoría) son mayoritarios pero siempre hay gente que se salva y se encargan de meterte la inyección de dignificación del periodismo que tienes o debes tener, para seguir adelante y poder así luchar por tu sueño, que no es otro que querer informar, querer contar.

 Agraciadamente, en este imprevisible verano, también he conocido gente así, periodistas de raza que se dejan la piel (y la voz) para que la verdad llegue a su destino, para que las historias se llenen de rostros.

Pese a los vicios, a las malas formas e incluso a las manías de los periodistas hay motivos para seguir creyendo. Mientras aún perdure tan solo un periodista que siga teniendo la ilusión de contar merece la pena creer en esta profesión. Merece la pena seguir intentándolo, seguir luchando. Merece la pena seguir amando la información.
 
Sigamos.
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    Sobre mí:

    Comunicador apasionado del periodismo en todas sus ramas pero especialmente el periodismo
    político. 

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